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21:50
| Publicado por
Unknown
|
Hace unos meses tuve la oportunidad de asistir a un interesante curso en mi empresa, impartido por Victor Küppers. Entre los múltiples recursos, ejemplos y cuentos que nos transmitió, recuerdo especialmente el de los "clavos en la puerta", entre otros motivos, porque lo he utilizado con mis hijos para hacerles comprender cómo nuestros actos dejan huella en los demás.
Este es el cuento. Espero que os resulte útil:
Un niño tenía con mucha frecuencia reacciones llenas de ira hacia las personas con las que se relacionaba, porque perdía la paciencia con demasiada facilidad: sus hermanos, sus padres, sus compañeros del colegio... todos eran objeto de su mal trato.
Una tarde, su padre le entregó un paquete lleno de clavos y le dijo:
- Cada vez que pierdas el control, cada vez que contestes mal a alguien, que insultes... clava un clavo en la puerta de tu cuarto.
En muy poco tiempo, la puerta estaba llena de clavos y él, cansado de clavar tantos clavos, fue donde su padre y le dijo:
- Papá, ya he aprendido la lección. He entendido que debo controlar mucho más y no perder la paciencia. Por cierto... ya no cabe ni un clavo más en mi puerta...
El padre fue con él a comprobar cómo había quedado la puerta y, en efecto, no cabía ni un clavo más. Le dijo:
- Me alegro de que hayas aprendido la primera lección.
- ¿La primera, papá? ¿Qué falta ahora?
- La segunda lección, la más importante: para aprenderla, es necesario que vayas a ver a todas esas personas a las que has contestado mal e insultado y que les pidas perdón. Cada vez que lo hagas, ven a tu puerta y quita uno de los clavos.
Esta segunda parte le llevó mucho más tiempo al niño. No era fácil pedir perdón... Pero lo consiguió y en unas semanas pudo decirle a su padre que ya había quitado todos los clavos de la puerta.
El padre volvió a llevar al niño junto a la puerta y le preguntó:
-¿Qué ves?.
- Una puerta llena de agujeros, papá - contestó el niño, avergonzado.
Y el padre le dijo:
- Has trabajado muy duro estas últimas semanas para lograr pedir perdón a todas las personas a las que habías tratado mal. Eso es muy importante. Pero igual que la puerta ya no será la misma, esas personas tienen cicatrices. Cada uno de esos agujeros debe recordarte que aunque pidas perdón y quites el clavo, que es lo que más duele, aún así quedará en ellos una huella indeleble. Esta es la segunda lección: cada vez que pierdas la paciencia y notes que la ira te invade, trata de recordar esta historia y piensa bien en las consecuencias de tus actos.
Este es el cuento. Espero que os resulte útil:
Un niño tenía con mucha frecuencia reacciones llenas de ira hacia las personas con las que se relacionaba, porque perdía la paciencia con demasiada facilidad: sus hermanos, sus padres, sus compañeros del colegio... todos eran objeto de su mal trato.
Una tarde, su padre le entregó un paquete lleno de clavos y le dijo:
- Cada vez que pierdas el control, cada vez que contestes mal a alguien, que insultes... clava un clavo en la puerta de tu cuarto.
En muy poco tiempo, la puerta estaba llena de clavos y él, cansado de clavar tantos clavos, fue donde su padre y le dijo:
- Papá, ya he aprendido la lección. He entendido que debo controlar mucho más y no perder la paciencia. Por cierto... ya no cabe ni un clavo más en mi puerta...
El padre fue con él a comprobar cómo había quedado la puerta y, en efecto, no cabía ni un clavo más. Le dijo:
- Me alegro de que hayas aprendido la primera lección.
- ¿La primera, papá? ¿Qué falta ahora?
- La segunda lección, la más importante: para aprenderla, es necesario que vayas a ver a todas esas personas a las que has contestado mal e insultado y que les pidas perdón. Cada vez que lo hagas, ven a tu puerta y quita uno de los clavos.
Esta segunda parte le llevó mucho más tiempo al niño. No era fácil pedir perdón... Pero lo consiguió y en unas semanas pudo decirle a su padre que ya había quitado todos los clavos de la puerta.
El padre volvió a llevar al niño junto a la puerta y le preguntó:
-¿Qué ves?.
- Una puerta llena de agujeros, papá - contestó el niño, avergonzado.
Y el padre le dijo:
- Has trabajado muy duro estas últimas semanas para lograr pedir perdón a todas las personas a las que habías tratado mal. Eso es muy importante. Pero igual que la puerta ya no será la misma, esas personas tienen cicatrices. Cada uno de esos agujeros debe recordarte que aunque pidas perdón y quites el clavo, que es lo que más duele, aún así quedará en ellos una huella indeleble. Esta es la segunda lección: cada vez que pierdas la paciencia y notes que la ira te invade, trata de recordar esta historia y piensa bien en las consecuencias de tus actos.
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Muy bonito cuento Mónica, y muy útil para contarle a los pequeños y para ponerlo en práctica nosotros los adultos.
ResponderEliminarGracias por escribir.
Gracias a ti!
EliminarQué bonito cuento, pero... qué duro eh??? Es bonito aprender a pedir perdón, pero duro saber que a veces algunas cosas o personas no pueden volver a ser iguales... Yo hubiera añadido un paso más al cuento: la posibilidad de ir reparando los agujeros con cuidado y cariño diario.. Lijando, limando, barnizando.... Es cierto que los más profundos no volverán a ser nunca iguales, pero quizás sí consigamos reparar los más superficiales... La esperanza siempre es necesaria. Gracias Mónica, me ha parecido precioso!
ResponderEliminarPues me parece que el cuento mejora mucho con tu opción de reparar. Creo en esa vía de esperanza. La próxima vez que lo transmita, si me dejas, añadiré tu aportación. Gracias!
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarAntes de empezar a leer y leyendo las primeras líneas, lo hacía pensando en mis hijos. Al terminar pienso en los agujeros que he ido dejando en las personas que me quieren…
ResponderEliminarComo ha dicho Marian en su comentario, cada agujero puede mitigarse con una buena dosis de cariño, voluntad y esfuerzo
EliminarPero, sin duda, el primer paso es ser consciente de que se ha hecho un agujero. Gracias por tu comentario!