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En el post anterior, mejorar en los estudios (1ª parte), se comentaron algunos aspectos esenciales sobre la necesidad de conocer bien a nuestros hijos como base fundamental para poder encontrar las motivaciones que les ayuden a estudiar, a crecer en virtudes y en definitiva a actuar con voluntad propia y con resposabilidad.


Pizarra con operación matemática. eFamiliaria. Educación Familiar Solidaria
En esta segunda entrega se mostrará la parte más difícil de cualquier acción que queramos desarrollar con nuestros hijos y con nosotros mismos: la motivación, y más concretamente en este caso la motivación para querer estudiar. Ayudados por el conocimiento y reflexión sobre algunos aspectos básicos del proceso de aprendizaje que poseemos los seres humanos, podremos entender mejor la clave de dónde debemos dedicar mayores esfuerzos para conseguir el objetivo de ayudar a mejorar en los estudios de nuestros hijos.


La fórmula del aprendizaje


Si pudiéramos formular matemáticamente la función que evalúa el grado de aprendizaje que alguien adquiere sobre cualquier cosa, su expresión (F. Corominas1) sería la siguiente:

APRENDER = f(ESTIMULO x APTITUDES x VOLUNTAD)

Es decir, el aprendizaje es función del estímulo exterior que rodea a la persona, de sus aptitudes y de su voluntad para querer aprender. Analicemos un poco cada una de las variables de las que depende esta función:

  • Estímulo. Para que un niño quiera aprender y quiera ponerse a estudiar con ganas y entusiasmo, debe haber estímulos exteriores que le animen a querer ponerse a hacerlo.

    Por ejemplo: Si quisiéramos que un niño aprendiera a jugar y disfrutar con el fútbol, nos ocuparíamos de que tuviera un balón, participara de las sensaciones de ver un partido de fútbol,  coleccionara un álbum de cromos de la liga, practicaríamos con él y seguro que le ensañaríamos algunas técnicas básicas increíbles, seguramente una bufanda o camiseta del equipo de fútbol que seguimos le ayudarían, e incluso un carnet de socio de nuestro equipo, junto con una buena dosis de afición palpable en nosotros mismos, dando ejemplo de buen aficionado, seguro que son estímulos suficientes para que quiera jugar y disfrutar con el fútbol ¿verdad?

    ¿Qué estímulos rodean a nuestro hijo para que mejore en sus estudios?:
    ¿El entorno en casa para el estudio es adecuado? ¿existe la posibilidad de acompañarle mientras estudia? ¿le servimos de ejemplo: nos formamos, leemos, estudiamos...? ¿le hemos sacado el carnet de la biblioteca municipal? ¿le hemos animado a participar en los concursos de redacción de cuentos, de matemáticas o de ciencias, que proponen normalmente los centros escolares? ¿priorizamos el tiempo y dedicación para hacer deberes y estudiar a cualquier otra actividad de ocio familia? ¿..?

    Algunos estímulos que le podrían ayudar a mejorar en sus estudios serían:
    Llevarle a la biblioteca y participar con él en ella. Tener una mesa de estudio adecuada preparada con un reloj de cocina que le ayude a controlar los tiempos de dedicación a cada materia, disponer de una lámpara con bombilla azul para evitar reflejos, una silla adecuada... Quizás hemos descubierto que le encanta estudiar o hacer los deberes tirado por el suelo, o en la cocina mientras cocinamos, o con música, o si dejamos de ver la tele y simplemente cogemos un libro para leer mientras él está en la misma habitación que nosotros, quizás el ruido y la distracción de la televisión podría ser una estimulo negativo.

  • Aptitudes. Esta variable es un poco compleja ya que a la vez cambia con el aprendizaje que vamos adquiriendo y de nuestro propio desarrollo como personas a lo largo de nuestra vida. Podríamos sobre-estimular a un hijo para que fuera un gran alpinista, pero si padece de vértigo, quizás no pueda conseguirlo nunca.

    Los denominados periodos sensitivos, permiten conocer cuál es el periodo más adecuado para aprender algo, es decir, cuándo tenemos mejores aptitudes para desarrollar un aprendizaje concreto. Por ejemplo, entre los 3 y los 6 es el intervalo de edad adecuado para aprender a nadar, entre los 8 y los 10 para bailar, etc. Estos periodos sensitivos, junto con los instintos guía (capacidad trasmitida genéticamente  para poder adquirir un determinado aprendizaje), son la clave para conocer la mejor etapa para el aprendizaje de cualquier cosa.

    Entre los 8 y los 11 años se establece aproximadamente el intervalo en el que nuestro cuerpo está mejor preparado para aprender a estudiar. Pasado este periodo no quiere decir que no podamos ayudar a nuestro hijo a mejorar en los estudios, en seguir aprendiendo a estudiar, lo único que ocurrirá es que le será más difícil, le costará más ponerse a ello.

  • Voluntad. Ya podemos ofrecer a nuestros hijos los mejores estímulos y que él tenga las mayores aptitudes y se encuentre en la etapa más adecuada para aprender algo, si él no quiere aprender no hay forma de conseguirlo. Las personas somos libres para querer aprender y sólo depende de nosotros el querer hacerlo.

    ¿Y no podemos hacer nada para favorecer la voluntad de nuestro hijos? Sí, aunque la última palabra la tendrán ellos. Podemos rodear de factores positivos su entorno, hacerles sentir bien y así animarles a seguir queriendo hacerlo. Un clima familiar adecuado en el que los padres se quieren y quieren a sus hijos, en el que se vive con alegría, con vocación de ayuda y servicio a los demás, empezando por la propia familia, donde se respeta y se presta atención, etc., son factores que favorecen el querer participar de forma positiva en ese clima y por tanto con la voluntad de trabajar adecuadamente para ello, en su caso queriendo mejorar en sus estudios.

    • Algunos factores positivos para querer aprender son: el amor, la seguridad, la confianza, la curiosidad, el interés por las cosas, el compromiso, etc.
    • Factores negativos que hacen que nuestros hijos no quieran aprender son: Temor, inseguridad, la indiferencia, la permisividad, los gritos etc.

Motivar su voluntad para querer estudiar


Existen tres grandes áreas en las que nos movemos las personas para cubrir nuestras necesidades:
  • La necesidad de tener, de poseer.
  • La necesidad de saber, de aprender.
  • La necesidad de darnos, de ofrecernos a los demás, de amar.
Atendiendo a estos tres tipos de necesidades, se pueden también clasificar las motivaciones en tres áreas o niveles:
  • Motivación material.
  • Motivación intelectual.
  • Motivación emocional.
Así por ejemplo, si queremos motivar a un niño para que quiera practicar un deporte, podremos utilizar como medio la equipación, la posibilidad de apuntarle en un equipo, decirle que va a estar más fuerte, más en forma, etc.

Podremos utilizar cualquier motivación que consideremos adecuada para ayudarle a nuestro hijo a que cubra una necesidad concreta, pero debemos saber claramente que la motivación por sí misma no logrará nada, será la persona, nuestro hijo, quién al final consiga por él mismo adquirir esa necesidad.

Las motivaciones deben estar en consonancia con la necesidad que se quiere conseguir, así por ejemplo, nadie puede ver adecuado que para conseguir que un niño le de un beso a un adulto, éste a cambio le ofrezca una moneda. La motivación claramente no es adecuada al fin que se busca, que es que el niño exprese una emoción espontánea de cariño en forma de beso. Seguramente le dé un beso por una chuche o por una moneda, pero en ningún caso será una muestra de cariño sincera.

¿Y cuál es la motivación adecuada entonces para querer estudiar?


Cualquiera que sea de nivel intelectual o emocional, y siempre rodeada de factores positivos de confianza, seguridad, cariño... Pero nunca de nivel material o rodeada de factores negativos de odio, temor, enfado, indiferencia. Las motivaciones basadas en recompensas deben ser siempre orientadas al esfuerzo, nunca a las calificaciones.

Pensar en ofrecer a un niño dinero, una consola, una moto, un móvil o cualquier otro regalo cuya utilidad no sea claramente para mejorar su conocimiento, son elementos que arruinan de forma clara la necesidad intrínseca de querer aprender por sí mismos.

Estos son algunos ejemplos de acciones que pueden ser motivaciones adecuadas para que nuestros hijos mejoren en sus estudios:
  • Una mayor dedicación de los padres como plan de motivación básico. El tiempo que les dedicamos es una clara motivación para cualquier niño.
  • Una visita a un museo, una obra de teatro, un pequeño o gran viaje cultural...
  • Un diploma confeccionado por nosotros mismos, que muestre un reconocimiento meritorio de toda la familia y en especial de sus padres sintiendo verdadero orgullo por el esfuerzo realizado.
  • Un libro, un estuche de lápices, una calculadora...
  • Ver una película o un documental educativos con ellos, que les muestre que el esfuerzo tiene recompensas, que les motive a estudiar.
  • Una merienda especial padre/madre e hijo/hija para que se sienta importante y exclusivo, aprovechando para fascinarles y ser fascinados por sus logros, por su esfuerzo.
  • Ganarse un curso de guitarra, de dibujo, de teatro, de deporte, etc, como recompensa por el aprovechamiento a la hora de aprender, por saber que se esfuerza y que puede compaginar con otras áreas de aprendizaje.
Estudiante infantil con libros en la mano. eFamiliaria. Educación Familiar Solidaria
Espero sinceramente que las ideas expuestas en estas dos entregas ayuden a padres e hijos a mejorar en los estudios, o lo que es lo mismo, a mejorar como personas y adquirir los valores del esfuerzo, el orden, la concentración, la superación, la autoestima...

Sería muy enriquecedor conocer la opinión del lector, y más aún los progresos que experimente con sus hijos si decide utilizar algunos de los consejos que se han incluido aquí. No dude en escribir sus comentarios y compartirlos con nosotros.


Referencias bibliográficas 1. Fernando Corominas. Cómo educar a Tus hijos (8ª edición), ed. PALABRA.

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